viernes, agosto 09, 2013

PREBIÓTICOS Y PROBIÓTICOS

Si tenemos un tubo digestivo mal cuidado, poblado de bacterias y hongos oportunistas y patógenos (en particular, Candida albicans) y contaminado por alimentos mal digeridos, corremos el riesgo de que se quede atascado por materia fecal tóxica. Esta situación puede provocar desequilibrios y trastornos de distinta gravedad.
En concreto, se puede sufrir estreñimiento habitual, gases, diarreas, inflamaciones de distinta índole, alteraciones en la piel, cambios de humor o enfermedades más graves, como una colopatía funcional, una diarrea sangrante e incluso cáncer de colon.
 Un intestino sucio conlleva el riesgo de tener un sistema inmunitario deficiente. Se es más vulnerable ante enfermedades infecciosas e inflamatorias relacionadas con el aparato digestivo, respiratorio, urogenital, etc.
 Además, tener el colon “enfermo” también es un factor desencadenante de trastornos emocionales. Poca gente lo sabe, ni siquiera todos los médicos, pero las células del intestino producen el 80% de la hormona del buen humor (la serotonina) que se encuentra en el cuerpo.
 De alguna manera, el intestino es nuestro “segundo cerebro”, así que tenemos que cuidarlo muy bien.
 Cuidar el tubo digestivo
El intestino no es ni una chimenea que haya que deshollinar, ni una tubería que haya que desatascar. De hecho, es más delicado, y a la vez mucho más sencillo.
 Por lo general no deberíamos hacer nada. La madre naturaleza lo ha previsto ya todo: un ejército de miles de millones de microorganismos que pueblan el colon (el último tramo del intestino, justo antes del recto), que día y noche lo protegen y limpian impidiendo que las bacterias y levaduras dañinas se desarrollen e invadan la zona.
 Este inmenso ejército recibe el nombre de “flora intestinal” o “microbiota”.
Utilizar el término “flora” aplicado al intestino puede chocar, pero lo cierto es que hace referencia al número de especies de bacterias y levaduras (200 tipos como mínimo) que ahí cohabitan, como ocurre en los jardines botánicos. Y cada persona tiene su propia flora intestinal, tan personal como su huella dactilar.
 Los malos olores no son normales La función principal del colon es fermentar los alimentos que no se han digerido completamente para extraer los últimos nutrientes y hacer que pasen a la sangre. Cuando el colon está sano y funciona bien, sólo quedan residuos inutilizables que se evacuan con regularidad, y que no desprenden mal olor.
 Por el contrario, en presencia de bacterias y levaduras nocivas, el tránsito se altera produciendo estreñimiento o diarrea y los residuos alimentarios huelen mal. Además, cuando se tiene una mala digestión, aparte de ser desagradable en sí mismo, nuestro organismo no puede extraer los nutrientes de la comida de manera satisfactoria. Si no se hace nada al respecto, se puede llegar a tener déficit nutricional, o incluso carencias.
La flora nociva produce también gas carbónico, metano e hidrógeno en abundancia. Y los gérmenes se extenderán hasta provocar bolsas de gas a lo largo del colon, generándonos la sensación de que vamos a estallar. Las flatulencias y gases no tienen nada de gracia. Indican una mala digestión y también que el colon necesita ayuda. Este círculo vicioso se origina por la falta de bacterias “buenas”, beneficiosas para la salud, que favorezcan la digestión.
 El reto es el siguiente: tenemos que favorecer la proliferación de bacterias beneficiosas mediante la implantación de especies favorecedoras de bacterias saludables y el uso del “abono” adecuado. Y, al mismo tiempo, debemos impedir que se desarrollen las especies patógenas, origen de enfermedades.
 Redescubrir los productos fermentados
 Todas las semiconservas fermentadas contienen bacterias del grupo láctico (Lactococcus, Enterococcus, Leuconostoc, Pediococcus, Streptococcus, Lactobacillus…).
Nuestros antepasados comprendieron instintivamente que los productos fermentados se conservaban bien y que su consumo era beneficioso para la salud. Desde comienzos del siglo pasado, el mundo de la microbiología ya puso poco a poco de manifiesto que algunas bacterias desarrolladas espontáneamente en los productos con fermentación láctica poseían características “probióticas”, es decir, beneficiosas para la salud.
 El chucrut se viene consumiendo desde la época de los Romanos, y la col fermentada sigue siendo hoy un plato importante de la cocina centroeuropea, desde Alsacia hasta Ucrania. En Polonia, Ucrania y muchos países de Europa del Este se consume borsch, una sopa de verduras cuyo ingrediente principal es el zumo fermentado de remolacha.
 También en los países asiáticos destaca el consumo de col fermentada, como en el kimshicoreano, aunque la mayoría de las verduras pueden consumirse de esta manera: zanahorias, berenjenas, cebollas, pepinos…
En la cocina occidental, las aceitunas, pepinillos, remolacha, nabos, etc. se conservan mediante fermentación láctica. No obstante, la industria agroalimentaria tiende cada vez más a conservar los productos en escabeche o en vinagre, o a esterilizarlos tras la fermentación, lo que destruye las bacterias. La cerveza de hoy en día suele pasteurizarse a pesar de estar fermentada, por lo que contiene muy pocas bacterias y levaduras.
 Por el contrario, la leche fermentada es muy rica en bacterias beneficiosas para la salud con características “probióticas” de diferentes propiedades en función de la especie y biotipo bacteriano utilizado.
 Es el caso del yogur (fermentado por Streptococcus thermophilus y Lactobacilus bulgaricus), la leche acidófila (fermentada por Lactobacillus acidophilus), la leche con bifidus(fermentada por Bifidobacterium bifidum, longum, breve o lactis), el kéfir (fermentado por varias especies de Lactococcus, Leuconostoc, Lactobacillus, Sacharomyces, Kluyveromyces, etc.). Todos estos tipos de leche fermentada son importantes para la salud, especialmente si la materia prima procede de cabra, oveja o yegua. En lo que respecta a los yogures clásicos, cada vez más y más personas desarrollan una intolerancia a la leche de vaca, que se manifiesta en inflamaciones como rinitis, sinusitis, artritis, artrosis, etc.
 Comer adecuadamente
 Se deben consumir con moderación alimentos en estado puro, no procesados, como la carne, el queso, las grasas y los azúcares simples (o monosacáridos), ya que pueden romper el equilibrio de la microflora. Sirva como ejemplo el elevado consumo de azúcares simples: sacarosa, fructosa, maltosa, lactosa, glucosa…
En muchos países accidentales se consumen un promedio de 120 gramos al día de azúcar (equivalente a entre 15 y 20 cucharaditas de postre diarias). La mayor parte de este azúcar se “cuela” a través de productos elaborados (refrescos y bebidas azucaradas, cereales, derivados lácteos, etc. que se endulzan con fructosa, el principal edulcorante industrial). Esta cifra es alarmantemente alta. Debería reducirse como mínimo hasta colocarse por debajo de los 10 kilos al año. Y también deberíamos reducir el consumo de carne, grasas saturadas y lácteos.
 Así que prioricemos las frutas, legumbres y cereales integrales, bayas, frutos secos, pescados grasos ricos en nutrientes como el colágeno, minerales, vitaminas liposolubles y ácidos grasos omega-3. Podemos tomar algo de carne, lácteos (sobre todo leche de cabra y oveja) y aceites vegetales (preferiblemente aceite de oliva o nuez), algo menos de grasas saturadas y muy pocos dulces.
 Importante:
• Mastique y ensalive bien los alimentos, sobre todo aquellos ricos en almidón, como los cereales, las frutas, las verduras y las legumbres. Masticar adecuadamente garantiza que la primera fase de la digestión tenga lugar en la boca bajo los efectos de la amilasa de la saliva, evitando una fermentación intestinal putrefacta que produzca toxinas.
• No abuse de los alimentos que en ocasiones producen reacciones de intolerancia, como pueden ser la leche de vaca y sus derivados, los cereales modernos ricos en gluten y sus derivados.
• Evitar el agua con cloro. Se añade cloro al agua del grifo antes de que ésta sea distribuida para el consumo precisamente porque acaba con los gérmenes dañinos que pueda contener. Es una gran idea y, desde que se inició esta medida, enfermedades como la disentería o el cólera han desaparecido en los países desarrollados. No obstante, el cloro tiene el mismo efecto en nuestro tubo digestivo: tiende a desinfectarlo, matando indistintamente a los microorganismos buenos y a los malos. Hay que evitar el contacto innecesario con sustancias bactericidas (que matan bacterias) o fungicidas (que matan levaduras y hongos), incluidos los productos para desinfectar las manos y la piel, porque acaban con todas las cepas microbianas, sean éstas buenas o malas. Además, la piel y los órganos sexuales también están cubiertos de una microflora que hace frente a los gérmenes nocivos, así que más vale cuidarla.
 Si se toman todas estas precauciones, la microflora protectora se reequilibrará ella sola, siempre y cuando nuestra alimentación y nuestra forma de vida se lo permitan, ya que son los dos medios más poderosos que tenemos para recobrar la salud.
 Para hacer el proceso más fácil, se pueden tomar también algunos complementos alimenticios. El problema es que la mayor parte de los “probióticos” a la venta no funcionan. ¿No será porque se ofrecen en formato de comprimidos, lo que implica que se ha debido aplicar una fuerte compresión de sus componentes, que hace subir la temperatura y, por tanto, ha matado las bacterias
Alimentos Prebióticos y Probióticos  Flora intestinal, clave de la salud
¿Que es un probiotico?  ¿Y un prebiotico?  El estrés, los malos hábitos alimentarios y el abuso de antibióticos son sólo algunos de los factores que pueden afectar negativamente el necesario equilibrio de nuestra flora intestinal.
Y en tales casos la ingesta de los llamados productos probióticos -que contienen microorganismos vivos y activos una vez que colonizan el intestino-, prebióticos -que estimulan la acción bacteriana- o simbióticos -que asocian a ambos- es una buena alternativa, natural y sin efectos secundarios para mejorar sensiblemente el funcionamiento intestinal y, por extensión, optimizar nuestra salud.
De un tiempo a esta parte se están poniendo de moda los llamados "alimentos funcionales". Son alimentos enriquecidos que no sólo aportan a quien los ingiere beneficios meramente nutricionales sino también otros que le permiten mejorar su salud. Pues bien, tal es el caso de los probióticos y prebióticos que, además de nutrir a quien los consume, colonizan el intestino modificando positivamente la flora intestinal y mejorando el funcionamiento del sistema inmune y, por tanto, la salud global del organismo.
Flora intestinal, clave de la salud
Para algunos expertos la clave de nuestra salud reside en nuestros intestinos hasta el punto de que los consideran algo así como las raíces del árbol llamado hombre. Y es que el intestino no es un simple órgano de absorción. Es el elemento más relevante para la actividad del sistema inmune y los mecanismos de protección inespecífica ya que es en él, precisamente, donde son más activos. Sus células inmunocompetentes reconocen los agentes patógenos y activan la producción de linfocitos que, a su vez, segregan anticuerpos inespecíficos.
 Cuando nacemos el tracto gastrointestinal es estéril pero poco después se instala de forma permanente un complejo conjunto de aproximadamente 400 tipos diferentes de microorganismos que trabajan en armonía para el mantenimiento de la salud. Esa microflora -la flora intestinal- pesa más de un kilo, puede estar compuesta por hasta 100 billones de microorganismos diferentes y tiene una actividad metabólica global similar a la de un hígado. Una vez que esa microflora se ha instalado puede verse afectada negativamente por factores como el consumo de alimentos muy refinados pobres en fibra, los tratamientos antibióticos y el estrés, entre otros. Pero también se le puede ayudar mediante la introducción en nuestra dieta de alimentos prebióticos y probióticos, alimentos considerados funcionales porque son capaces de modificar la flora intestinal, entre otros efectos saludables. De esta forma, a la vez, se produce un efecto beneficioso sobre el sistema inmune que nos permite prevenir distintas enfermedades, incluido el cáncer.
¿Que es un probiotico? Hace casi un siglo el microbiólogo ruso Ilya Metchnikoff postulaba que algunas bacterias no son necesariamente perjudiciales para los humanos y que, antes bien, pueden de hecho ser benéficas para su salud y bienestar. Y fue el primero que propuso la ingesta de las bacterias contenidas en las leches fermentadas como forma de modular la flora intestinal y así evitar diversas enfermedades y alargar la vida. Sus investigaciones le valieron el Premio Nobel de Medicina en 1907.
 Desde entonces, a partir de estas primeras aportaciones, la ciencia ha trabajado para conocer más de los hoy llamados "probióticos" a los que Fuller definió en 1989 como "aquellos microorganismos vivos, principalmente bacterias y levaduras, que son agregados como suplemento en la dieta y que benefician al huésped mejorando el balance microbiano de su flora intestinal".
 Estos microorganismos ingeridos a través de la alimentación logran llegar vivos al intestino delgado donde interaccionan con las bacterias de la microflora endógena. Además colonizan el intestino grueso y estabilizan la flora intestinal al adherirse a la mucosa del intestino para impedir la actividad de los microorganismos dañinos. Por tanto, estas bacterias acidolácticas tienen también propiedades inmunomoduladoras en la medida en que estimulan la producción de anticuerpos y refuerzan el sistema inmune.
 Pero, ¿qué se considera un alimento probiótico? Pues aquel que cumple una serie de requisitos muy específicos:
• Ha de ser inocuo y sus efectos beneficiosos, se suministre solo o junto con antibióticos.
• Los microorganismos activos que lo componen deben sobrevivir al ambiente ácido del estómago, a la presencia de sales biliares y al proceso digestivo.
• Sus componentes deben ser capaces de colonizar el intestino y formar una barrera protectora contra bacterias patógenas como la escherichia coli, la salmonella, la staphilococus, la cándida, etc.
• Ha de ayudar a metabolizar los carbohidratos y a absorber las vitaminas en el tracto intestinal. -Debe alterar, equilibrar y fortalecer la flora intestinal al mismo tiempo que estimula las defensas naturales del cuerpo.
• Ha de inducir efectos locales o sistémicos beneficiosos para la salud del huésped, más allá de los meramente nutritivos.
• Debe disminuir y prevenir el riesgo de contraer enfermedades además de mejorar el estado de salud. Pues bien, estos criterios los cumplen básicamente los alimentos que contienen lactobacilos y bifidobacterias, microorganismos procedentes de la fermentación de la leche que se conocen genéricamente como bacterias acidolácticas.
 En lo que se refiere a los lactobacilos existen diversas especies que varían enormemente en sus propiedades de adherencia al epitelio intestinal y en sus patrones de colonización, es decir, difieren ampliamente en sus propiedades probióticas o efectos beneficiosos. Entre los más utilizados en la industria alimentaria destacan los lactobacilos bulgaricus, acidophilus (principio activo de los productos farmacéuticos Lacteol del doctor Boucard, Lactofilus y Lactoliofil), casei, fermentum y plantarum. Pero además del lactobacilo, otros gérmenes han demostrado potencial terapéutico incluyendo unas pocas especies de Saccharomyces boulardii -una levadura-, la Bifidobacterium y el Streptococcus thermophilus. La clave está en que logren o no sobrevivir a los efectos de los jugos gástricos y las sales biliares. Y es precisamente en este punto donde los científicos no se ponen de acuerdo sobre cuáles son probióticos y cuáles no .
 En cuanto a la importancia de la actividad de los probióticos cabe decir que los científicos han demostrado su efecto beneficioso en estados patológicos como diarreas, síndrome de colon irritable, vaginitis, infecciones del tracto urinario, desórdenes inmunológicos, estreñimiento, gripe, intolerancia a la lactosa, hipercolesterolemia y alergia alimentaria, entre otras dolencias. Se les atribuye incluso propiedades para frenar las recidivas de tumores malignos en el colon y en las mamas siempre que el nivel de población de microorganismos sea lo suficientemente alto -igual o superior a los 10 millones de células por gramo de contenido- para que ejerza adecuadamente su función. Por tanto, es imprescindible que la ingesta de probióticos sea diaria a fin de mantener niveles elevados en el ecosistema digestivo.
¿Y un prebiotico?
El término prebióticos fue introducido por Gibson y Roberfroid definiéndolos como "ingredientes alimentarios no digeribles de los alimentos -en concreto, carbohidratos de cadena corta- que afectan beneficiosamente al huésped estimulando de forma selectiva el crecimiento y/o la actividad de una o de un limitado grupo de bacterias en el colon y, de este modo, mejora la salud del organismo hospedador". Es decir, se trata de sustancias -mayoritariamente de origen vegetal- que estimulan el crecimiento y la actividad de las especies bacterianas beneficiosas para el organismo. Además, por el hecho de que no sean digeribles por los jugos gástricos llegan intactas al intestino grueso donde potencian la absorción de los alimentos probióticos, mejoran las funciones de la flora intestinal, regulan sus funciones y hacen aumentar el número de bifidobacterias útiles. Los prebióticos controlan además durante el tránsito intestinal la absorción de grasas por parte del organismo actuando como antimicrobianos y anticancerígenos. También facilita la absorción del calcio y otros minerales además de colaborar activamente en la síntesis de vitaminas del complejo B y de la vitamina K.  Entre los prebióticos destacan sustancias como los oligosacáridos y la inulina, hidratos de carbono de estructura compleja y cadena corta que pasan sin digerir del intestino al colon y son consumidos por las bacterias colónicas.  Estas sustancias se encuentran en alimentos como el trigo, el ajo, la cebolla, los espárragos, el puerro, la remolacha, la alcachofa y la raíz de achicoria. Cuando los ingerimos, los oligosacáridos y la inulina son transformados por las bacterias de la flora intestinal y fermentan en el colon produciendo ácidos grasos de cadena corta. Este proceso ayuda a aliviar las diarreas producidas por infecciones intestinales y nutre las células del intestino grueso.
Además esos ácidos grasos son importantes para mantener la función de las células intestinales, disminuyen el pH colónico y previenen así la posibilidad de desarrollar cáncer de colon. Por otro lado, estimulan la inmunidad del tubo digestivo para prevenir infecciones intestinales y eliminar las bacterias patógenas y sus toxinas. Asimismo, al modular positivamente la fisiología del tracto gastrointestinal aumentan el peso de las heces y la frecuencia de evacuación intestinal.
Por tanto, los prebióticos también encajan en la consideración de alimentos funcionales ya que, además de nutrir, proporcionan a quien los ingiere otras ventajas para su salud. Ventajas que pueden aumentar cuando se conozcan los resultados de los diferentes ensayos que están en marcha en la actualidad en torno a estas saludables bacterias.
Fuente:  www alimentación-sana.org, esto y todos los artículos de este blog, son exclusiva copia de estas y otras  página web,solo por interés personal, sin pretender adjudicarme ninguna autoría., el objetivo de este blog es compartir lo que leo y me gusta y que a otros les pueda interesar.

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